La Fase 2 ya nos permite algunas alegrías como recuperar el hebdomadario desayuno del sábado en el mercado San Roque de Alcoy: el café con leche, las tostadas variopintas, los churros -porras por otro lares- y también la camaradería con otros parroquianos.
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San Roque, esta mañana / Foto: M. C. |
A pocos metros del
mercado, en el puente homónimo, llega la sorpresa morrocotuda: la estética de
la iglesia del santo, la del barrio, la vida de Don Cirilo, que ha sido completamente
absorbida por el edificio colindante en construcción. Ambos hemos dejado caer
la misma expresión de incredulidad, completamente estupefactos. ¿Cómo ha sido
posible tal cosa? No seré yo quién ponga adjetivos en estos tiempos que corren.
Tres horas después no
ceso de preguntarme: ¿tanto follón para llegar a esto? Porque no olvidemos que
estamos ante la ultimísima pieza de un puzle que se gestó a finales de los años
ochenta, merced a un histórico acuerdo entre el Arzobispado de Valencia, a
través de Don Cirilo, y el Ayuntamiento de Alcoy, gobernado por José Sanus. En pocas
palabras, el pueblo de Alcoy obtenía la propiedad del Barranquet de Soler,
donde se iba a construir el gran complejo deportivo de Santa Rosa/Ensanche,
pero que más tarde el gobierno de Jorge Sedano decidió destinar a usos
sociales, concretamente a un centro de enfermos mentales, que suponemos algún
día será una realidad.
Por su parte, el Arzobispado obtenía la posibilidad de construir viviendas en el patio y el complejo del antiguo colegio San Roque, una vez el centro se unificase, lo que finalmente ocurrió. Así, se construyó un bloque de viviendas y ahora está en marcha el segundo, que es el que, literalmente, oculta la iglesia. Esta magna operación incorporaba también la sustitución del templo de San Roque, construido a partir de 1915, por otro nuevo, con una estructura circular, adaptada a los ritos de la comunidad de los Kikos.
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Aspecto anterior del templo / Imagen Parroquia San Roque |
Visto lo visto con el proyecto, ahora cabe preguntarse: ¿para qué? El campanario ha quedado
completamente escondido por el nuevo inmueble, lo cual quita todo sentido a la
decisión de mantener el templo, que únicamente se pretendía preservar por su
valor sentimental con respecto a una estética concreta. Todo esto hoy está
olvidado, pero generó en su momento auténticos ríos de tinta y muchos quebraderos de cabeza a una institución poco habituada a la rebelión de sus bases (los que protestaban eran de misa diaria).
P. D. Hubo otra permuta
urbanística, la de Aceitunas El Serpis, que todos apoyamos, pero que también
nos dejó con un sabor amargo cuando se construyó la fábrica en El Castellar, con un diseño completamente inapropiado desde el punto de vista estético. Ahora sucede
exactamente lo mismo. La historia se repite.
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